Por : Miguel Ángel Rodríguez Mackay
El
Perú ha sido remecido por un nuevo caso de espionaje en favor de Chile,
donde tres miembros de nuestra Marina estarían muy comprometidos.
Quienes
estamos vinculados a asuntos de defensa nacional en el fondo no
deberíamos sorprendernos. Lamentablemente, el espionaje es una práctica
ilícita de data ancestral que colude contra la moral internacional de
los Estados llamados a mantener un relacionamiento sincerado con los
demás miembros de la comunidad internacional.
El
espionaje, aunque hondamente censurable, sucede y no podemos ocultarlo
sino recordemos el caso de Ángela Merkel, canciller de Alemania, que
hace pocos meses habría sido espiada por los servicios secretos
estadounidenses. Tampoco estamos diciendo que sea una práctica aceptada.
Nunca lo será pues el espionaje impacta negativamente en la confianza
interestatal porque grafica penosamente la inconducta manifiesta de los
Estados que destruye la confianza.
Ahora
bien, la pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Por qué Chile
—repetidas veces— y no, por ejemplo, Brasil, Uruguay o Colombia? Tampoco
nos engañemos. Con Chile, a la luz de la guerra de 1879, muchas heridas
quedaron abiertas; sin embargo, nuestras autoridades dicen que ya todo
fue curado y no es verdad.
En
realidad el Perú las ha cerrado todas, pero Chile parece que aún no.
Nos preocupamos para que las vinculaciones económicas no se vean
perjudicadas y eso me parece sensato, pero no podemos dejar de alzar la
voz y exigir del gobierno de Michelle Bachelet una explicación
satisfactoria, que por cierto nunca tuvimos en el caso Ariza. Ya está en
el nivel más alto, pues Humala convocó rápidamente a Toledo y García.
Eso
significa que deberíamos esperar una respuesta en Chile desde ese único
nivel y los inculpados, si son demostradamente espías, deben ser
condenados con el rigor de la ley. No nos peleemos con Chile, pero
seamos firmes en nuestro requerimiento.
Correo, 20.02.2015