No somos prolongación del Imperio Inca y es torpe e irreal que nos juzguemos desposeídos de sus logros. Aquéllos no éramos nosotros, aunque algo llevamos de ellos. E igualmente ocioso es suspirar por la grandeza del Virreinato y de España; Perú fue entonces el primer centro político, económico y cultural de América, pero principalmente por obras de españoles, y aquéllos tampoco éramos nosotros, aunque algo llevamos de ellos.
Con el nombre de Perú no podemos designar al Imperio Inca que sucumbió con el gran Tahuantinsuyo, ni a la Nueva Castilla que desapareció con la Independencia. Perú es el resultante de esas dos fuerzas y su evolución hacia la plenitud se realiza a medida que sus hijos adquieren conciencia de su nueva nacionalidad. Una nueva nacionalidad consciente y sincretizada, mestiza y poderosa.
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