Por Jorge Rendón Vásquez (*)
Hace
algún tiempo, mientras volaba de Arequipa a Lima, tuve la grata ocasión
de deleitarme contemplando las miles de verdes y frescas hectáreas de la
Irrigación de Majes, que se imponían, victoriosas, al seco e inhóspito
desierto. Recordé, entonces, la visión de esa pampa en 1955. Si el
tiempo no hubiera transcurrido, habría podido decir, como en los cuentos
de hadas, que esa maravilla había aparecido en un abrir y cerrar de
ojos por obra de encantamiento.
Cuando
era niño, solía caminar al lado de la acequia de gran caudal que
contornea el Parque Selva Alegre, de Arequipa. Las personas mayores
contaban que era la obra de un nutrido grupo de agricultores arequipeños
que, a fines del siglo diecinueve, se habían lanzado a la epopeya de
construirla, armados de lampas, picos y barretas, conducidos por un
sacerdote apellidado Semanat. Se ponderaba también las irrigaciones del
Cural y de La Joya, ya existentes, pero se soñaba, sobre todo, con la
irrigación de Majes, a la que se imaginaba anidada en un futuro muy
lejano, por no decir irrealizable.
Y el tiempo fue pasando, y un día trajo la oportunidad que muchos arequipeños no habían dejado de esperar.
El
gobierno de Velasco Alvarado llevó a cabo otras irrigaciones
importantes, como el comienzo del Proyecto Chira-Piura y la conclusión
de la Represa de Poechos, la derivación del río Chira al Piura, el
sistema de colectores del Bajo Piura, el canal Taymi del Proyecto
Tinajones y el Estudio Definitivo de la Primera Etapa del Complejo
Hidroenergético y de Irrigación de Olmos,...
Entre
1970 y 1975, el general José Graham Hurtado presidía el Comité de
Asesoramiento de la Presidencia de la República (COAP), un órgano
compuesto por doce coroneles de las Fuerzas Armadas, encargado de
estudiar los proyectos de disposiciones legales y otras decisiones sobre
las que debía pronunciarse el Consejo de Ministros. El Presidente de la
República era el general Juan Velasco Alvarado. Yo trabajaba, entonces,
como asesor del Gobierno en Legislación Laboral y Seguridad Social, y
por mi función debía asistir a las reuniones del COAP que se celebraban
en el Palacio de Gobierno. Graham Hurtado dirigía los debates del COAP
con gran destreza, escuchando a los expositores sin un asomo de
autoritarismo y aportando ideas que le brotaban copiosas, aun en los
temas más complejos y especializados. Su línea central de pensamiento,
como la de Velasco Alvarado y la del nutrido grupo de oficiales y
civiles que impulsaban la Revolución, era arrancar a nuestro país del
atraso secular en el que lo habían sumido la oligarquía y el
gamonalismo, promover el desarrollo económico y elevar el nivel de vida
de las mayorías sociales. Por mi función, yo trataba con frecuencia con
Graham Hurtado y, como era natural, por una empatía mutua y nuestras
raíces afirmadas en la misma ciudad, llegamos a cultivar una amistad que
trascendió la relación exclusivamente política.
José
Graham Hurtado había nacido en 1917 en Arequipa, y pasado su infancia y
juventud en el antiguo barrio de San Lázaro de esta ciudad. En 1937,
ingresó a la Escuela de Clases de Chorrillos y, tras dos años en la
tropa y alcanzar vacante en el examen de ingreso, se incorporó a la
Escuela Militar de la que salió con el despacho de subteniente el 1942.
Era alto y rubio, como su abuelo paterno, un escocés que llegó a
Arequipa a comienzos del siglo veinte a trabajar en el Ferrocarril del
Sur. Sus ademanes enérgicos y hablar desenvuelto eran el vehículo de su
extraordinaria inteligencia y apetencia por captarlo todo. Lo había
conocido en 1946 cuando él era teniente y prestaba servicios en el
Colegio Militar Leoncio Prado al que yo había ingresado ese año.
En 1970
hablamos de la irrigación de Majes. Él quería que se hiciera de todas
maneras. Y, como podía lograrlo por su poder político, se puso en marcha
sin dilación. La primera norma que tramitó para realizar esa portentosa
obra fue el Decreto Ley 18375, aprobado el 21 de agosto de ese año, por
el que se declaró de necesidad y utilidad pública la ejecución del
Proyecto Majes. Le siguió el Decreto Ley 18721, del 8 de enero de 1971,
creando la Dirección Ejecutiva del Proyecto. Pese a su importancia, sin
embargo, estas normas no bastaban. Sin dinero, la irrigación de Majes
seguiría siendo sólo un anhelo. Y Graham Hurtado se encaminó a alcanzar
ese objetivo, con la anuencia de Velasco Alvarado, quien estaba
convencido de que Majes debía hacerse. La gestión ante el Banco Mundial y
el Banco Interamericano de Desarrollo fue decepcionante, porque negaron
de plano los préstamos para esta obra. El financiamiento debía
asumirlo, por lo tanto, el Estado, y así fue: el 23 de setiembre de
1971, se aprobó el Decreto Ley 18970, por el cual se autorizó al Poder
Ejecutivo la contratación de un préstamo de cuatrocientos millones de
soles con el Banco de la Nación y el Banco de Fomento Agropecuario,
destinado a comenzar la ejecución del Proyecto. Para procurarse los
recursos que faltaban, que eran la mayor parte, se conformó una comisión
a la que se le facultó buscarlos en Europa. Luego de dos años de
tratativas, se interesaron seriamente las compañías Tarmac Construction
Ltd. de Inglaterra, AB Skanska Cementjuterlet de Suecia, Concord Co. de
Sudáfrica, Entrecanales y Tavora S.A. de España y The Foundation Co. of
Canada Limited de Canadá, con las cuales se conformó el Consorcio de
Majes —MACON— para la ejecución del proyecto. El contrato entre esta
asociación y el Estado peruano, que asumía el pago de la deuda, fue
firmado el 6 de marzo de 1974, y los trabajos comenzaron de inmediato.
Se captó las aguas del río Colca con la Toma de Tuti y se construyó la
represa de Condoroma con capacidad para embalsar 300 millones de m3 de
agua. Se perforaron túneles y talaron canales en la roca dura a lo largo
de 70 kilómetros. Y así la aspiración de contar con esta obra comenzó a
trocarse en realidad tangible. Lo demás vendría por su propio peso. Un
gobierno oligárquico o embanderado con el capitalismo hubiera entregado
esas tierras a las familias de la plutocracia o a compañías extranjeras.
Eso no podía suceder con el gobierno de Velasco. Las tierras de la
Irrigación de Majes fueron destinadas a los agricultores pequeños y,
luego, el pueblo de Arequipa obligó a los gobiernos siguientes a
respetar esa decisión. Cuando fue puesta en servicio esta primera etapa
de la Irrigación en 1985, las 14,930 hectáreas listas para ser
cultivadas fueron entregadas a casi 3000 agricultores en lotes de 5
hectáreas, confiando en que sabrían honrar el pago de su costo que la
nación había asumido generosamente.
La
primera etapa de Majes fue muy cara, en verdad. Pero era una obra
necesaria, porque la frontera agrícola debía expandirse y por la elevada
productividad del trabajo de los agricultores arequipeños que
garantizaba el retorno de la inversión.
La mayor
parte de las tierras agrícolas de nuestro país fue ganada a la
naturaleza por los Incas y otras culturas precedentes, a costa de un
trabajo bien planificado, tenaz y persistente de búsqueda de fuentes
acuíferas y construcción de canales y acequias para llevar el agua a las
chacras, cuya extensión aumentaba en la medida del crecimiento de la
población. Fue un trabajo de siglos. Los conquistadores españoles se
apoderaron de esas tierras y sometieron a sus pobladores a servidumbre
por la violencia. Ni ellos ni sus descendientes, que heredaron esas
tierras usurpadas y los seres humanos que las trabajaban, añadieron una
sola hectárea al cultivo, y, por el contrario, dejaron perder muchas
tierras. En el siglo diecinueve fue igual. Sólo desde comienzos del
siglo veinte el Estado emprendió algunas irrigaciones. Durante el
gobierno de Augusto B. Leguía, a partir de 1923, se hizo la irrigación
de El Imperial, en Cañete, a iniciativa y bajo la dirección del
ingeniero californiano Charles Sutton.[1] Las 4,000 hectáreas
resultantes fueron entregadas a 600 familias por consejo de este gran
visionario del progreso de la agricultura, que impulsó también el
control del agua por el Estado a través de las Comisiones Técnicas de
Riego.
El
gobierno de Velasco Alvarado llevó a cabo otras irrigaciones
importantes, como el comienzo del Proyecto Chira-Piura y la conclusión
de la Represa de Poechos, la derivación del río Chira al Piura, el
sistema de colectores del Bajo Piura, el canal Taymi del Proyecto
Tinajones y el Estudio Definitivo de la Primera Etapa del Complejo
Hidroenergético y de Irrigación de Olmos, propuesto en 1924 por Charles
Sutton. Todas ellas fueron impulsadas, en definitiva, por Juan Velasco
Alvarado y José Graham Hurtado.[2] Antes de este gobierno, los
hacendados de las regiones en las que esas obras se efectuaron se habián
opuesto a ellas por su recelo de perder el control del agua de riego y
su oposición a que las nuevas tierras fuesen distribuidas a los pequeños
agricultores.[3]
(*) Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
1 Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, Edit. Universitaria, 1968, t. XVI, pág. 271.
2 José Graham Hurtado falleció en 2001, a los 84 años de edad.
3 Cfm. de Ricardo Apaclla, Fernando Eguren, Antonio Figueroa y María Teresa Oré, Las políticas de riego en el Perú, en Internet.
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