lunes, 10 de enero de 2011

PERSISTENCIA DE UN IDEARIO NACIONALISTA BICONTINENTAL DE CARACTER MILITAR Y TERRITORIAL SOBRE LA ANTARTIDA ARGENTINA

Soberanía nacional de Argentina en clave militar

En las últimas semanas del año pasado, dos noticias que referían, de distinta manera, a la “soberanía nacional” me llamaron la atención. La primera fue la decisión del PEN de decretar feriado el 20 de noviembre, instaurado como Día de la Soberanía Nacional por una ley de 1974. La segunda, la aprobación por unanimidad en el Congreso de la Ley 26.651 que determina la obligación de utilizar en todas las publicaciones nacionales el llamado “mapa bicontinental” de la Argentina. Ambas decisiones revelan la persistencia de un ideario nacionalista con fuertes contenidos militares y territoriales, y apuntan a reforzar su vigencia.
La decisión política de dar carácter de feriado nacional a una fecha que conmemora una batalla, la de la Vuelta de Obligado en 1845, traduce una concepción de la soberanía muy particular. En efecto, más allá de las discusiones históricas e historiográficas sobre las características del episodio celebrado, lo cierto es que elegir una batalla como símbolo para referir a la defensa de nuestra soberanía reduce ese concepto a su costado bélico y privilegia, de hecho, la cuestión militar sobre cualquier otra dimensión que podía haberse tomado como ejemplo de manifestación soberana, en el campo cultural, científico, económico o político, entre otros.

En cuanto a nuestro mapa, la nueva ley dispone la representación de la llamada Antártida argentina en la misma escala que el resto. Hasta ahora, ese sector se incluía en un recuadro separado y en un tamaño relativamente menor para indicar la aspiración del país a un territorio sobre el que tiene pretensiones –compartidas a su vez por Chile y Gran Bretaña– pero en el cual no ejerce soberanía real ni puede hacerlo, pues como país firmante del Tratado Antártico ha acordado congelar esa pretensión al menos hasta el año 2041. La decisión actual de obligar a representar esa porción territorial de manera semejante al resto se hizo, según declaraciones del organismo responsable de nuestra cartografía, el Instituto Geográfico Nacional –antes IG Militar–, para mostrar los “límites reales” de la Argentina, evitar minimizar “la extensión de nuestro país atentando contra nuestra identidad…” y “formar a las generaciones futuras sobre la inmensidad y riqueza del territorio que poseemos”. La Antártida pasa así a los mapas como un espacio propio y casi tan grande como la Argentina continental que dibujábamos hasta ahora. Por varios motivos esta decisión es cuestionable, pero aquí quiero subrayar apenas uno de ellos: la reiteración de una ideología que asocia la identidad nacional con el territorio, un territorio que se reivindica como eternamente propio y siempre sujeto a amenazas exteriores. ¿Cómo no recordar, en este caso, la imagen tantas veces difundida en la época de la dictadura: un mapa que incluía anacrónicamente como “argentinos” todos los espacios que alguna vez habían formado parte del español Virreinato del Río de la Plata (y que integraron luego diversas naciones), para denunciar cómo el país había “perdido” territorios?


Esta ideología de lo nacional asociado a las dimensiones bélicas y territoriales tiene una larga trayectoria en la Argentina y fue alimentada por la influencia que tuvieron los militares en la construcción de un nacionalismo excluyente y agresivo que, a lo largo del siglo XX, arraigó hondamente en nuestro país. Y si bien una de las transformaciones más importantes de la Argentina reciente ha sido la sostenida disminución del poder que por décadas tuvieron las fuerzas armadas en la vida política, estas nuevas medidas muestran que, en materia del ideario nacional, su influencia ideológica sigue peligrosamente vigente. En la celebración del Día de la Soberanía, el 20 de noviembre de 2010, la presidenta Cristina Fernández afirmó con vehemencia que: “Hoy es necesario despojar nuestras cabezas de las cadenas culturales, más invisibles pero más dañinas que los cañones”. No percibió, sin embargo, que una de esas cadenas es, precisamente, la que tanto su decreto como la ley del nuevo mapa ponen en evidencia y contribuyen a reforzar. Uno y otra dan cuenta de una concepción de la soberanía hondamente enraizada en lo bélico y en lo territorial y fundada sobre viejos ideales militaristas de la nación y lo nacional.

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