domingo, 10 de octubre de 2010

Un colegio militar le cambió la vida, pero gracias a la disciplina militar de su trabajo alcanzó el Nobel


Vargas Llosa revela la clave de su obra y su amor al Perú que lo hizo triunfador

NÉSTOR A. SCAMARONE M.

Me decía un taxista: “Mire señor, me siento como si hubiéramos ganado el mundial de fútbol”. Y es que desde el peruano más humilde al más encumbrado todos expresan un sentimiento indescriptible de alegría y orgullo de ser peruano, sobre todo en estos tiempos en que el Perú está alcanzando espacios de desarrollo muy destacados dentro del contexto mundial.
Los peruanos estamos descubriendo nuestros propios valores, esto se reafirma en toda su dimensión cuando el propio Mario Vargas Llosa desde el instituto Cervantes, en Nueva York, donde se encontró con la prensa del mundo, declaró: “Yo le puedo agradecer a mi país ser un escritor. El Perú me ha dado las experiencias básicas de todo lo que he escrito. Yo soy peruano. Lo que hago y digo expresa el país en que nací, el país en que viví las experiencias fundamentales que marcan a un ser humano: la infancia y la juventud, de tal manera que el Perú soy yo”.
Por otra parte, recordó que la escritura seguirá con él: “No voy a dejar de escribir. Es mi manera de vivir, lo que organiza mi vida, me da sustento y es también una forma de goce y de placer que me ha dado la literatura. Es el reconocimiento a una de las lenguas más importantes en el mundo de hoy, uno de los grandes vehículos de la comunicación, de la creación cultural, literaria, artística”. El comité que entrega el galardón dijo en un comunicado que Vargas Llosa recibió el premio “por su cartografía de estructuras de poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, sublevación y derrota”. A este respecto agregó el escritor: “Creo que es un premio literario y espero que me lo hayan dado por mi obra más que por mis opiniones políticas. Ahora si mis opiniones políticas en defensa de la democracia, en defensa de la libertad, en contra de las dictaduras, han sido tomadas en cuenta, pues en buena hora”.

En el Perú la reacción a la noticia fue casi inmediata y el presidente Alan García catalogó el premio como un “acto de justicia” a sus 50 años de trabajo. “El mundo reconoce la inteligencia y la voluntad libertaria y democrática de Vargas Llosa y es un acto de justicia enorme que en verdad esperábamos desde nuestra juventud”, afirmó. Vargas Llosa fue protagonista de una de las rivalidades más famosas en el mundo literario. En 1976 golpeó en público a su amigo y colega colombiano Gabriel García Márquez. Dejaron de hablarse y el motivo de la pelea fue un misterio durante décadas. Un fotógrafo que tomó una foto al colombiano -con el ojo negro- escribió sobre el incidente en el 2007 y sugirió que estaba relacionado con la esposa de Vargas Llosa. Tenía 14 años cuando entró al colegio que le cambiaría la vida. Su padre lo metió a la fuerza al internado del colegio militar Leoncio Prado de Lima (donde nos forjamos muchísimos peruanos, como el suscrito). Quería que la disciplina marcial terminara para siempre con las aspiraciones literarias de Mario Vargas Llosa. Craso error. Ahí su hijo leería a Alejandro Dumas y Víctor Hugo, iniciaría una carrera literaria y, más importante, conocería “el verdadero Perú”.

Fue tan fuerte el paso por ese colegio que, 12 años después, Vargas Llosa usaría la experiencia para escribir “La ciudad y los perros”, la novela que lo situó en el mapa de la literatura hispanoamericana e impulsó, además, el boom latinoamericano. Probablemente fue bajo la disciplina militar que el escritor peruano forjó el temple que lo llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura. El escritor peruano fue uno de los protagonistas del llamado “boom latinoamericano” de la literatura junto con grandes figuras, como García Márquez, el argentino Julio Cortázar o los mexicanos Carlos Fuentes y Juan Rulfo. No podemos olvidar que por la década de 1950 el entonces futuro autor de “La casa verde”, “Conversación en la catedral” o “La fiesta del chivo” era izquierdista. Quienes lo conocen de entonces dicen que más que marxista era un liberal radical, en el sentido revolucionario y progresista de esos años. Lo cierto es que incluso fue miembro de una célula clandestina del Partido Comunista y admiró y defendió la revolución cubana como prácticamente toda la intelectualidad latinoamericana de esas épocas. La ruptura se produjo en la década de 1970. En medio del despegue del “boom”, dejó atrás “todo lo que significa dogma y exclusivismo ideológico”. Criticó y sigue criticando a Cuba y Chávez, consideró al socialismo enemigo de la libertad y abrió su mente a ideas liberales de derecha. Los amigos se alejaron y de la época data el derechazo a la mandíbula que lo enemistó por siempre con el colombiano Gabriel García Márquez, quien lo antecedió en 28 años en el Nobel. Si bien el escritor ha recibido todos los premios literarios de habla hispana y otros, este premio distingue en Mario Vargas Llosa a un escritor poseído por una rara forma de vocación, un artista disciplinado y tenaz que desde muy joven despertó el asombro de sus colegas por la entrega apasionada y absoluta con la que se volcó a la tarea de escribir. Ya lo había señalado su primer editor internacional Carlos Barral, en un texto de 1967: “Yo creo que (Vargas Llosa) es un escritor determinado por una forma de vocación poco común en nuestro tiempo”. Carlos Fuentes, más irónico, lo llamaba “el cadete” y para el escritor chileno Jorge Edwards, quien lo conoció en 1962 en París, era un “forzado de la literatura”, “el hijo predilecto de Flaubert”, el novelista francés que desde mediados del siglo XIX simboliza al creador metódico que nada le debe a la inspiración de las musas. Gustave Flaubert ha sido desde siempre el escritor favorito de Vargas Llosa, su modelo y maestro. A él le dedicó un ensayo devoto (La orgía perpetua, 1975) y a él retornaba en los momentos de desazón creativa. En 1962, con el dinero ganado con sus primeros libros, compró una edición en 13 tomos de la correspondencia del autor francés, que desde entonces juzga” el mejor amigo para una vocación literaria que se inicia, el ejemplo más provechoso con que puede contar un escritor joven en el destino que ha elegido”.

Afirma que leer en las cartas de Flaubert el tortuoso alumbramiento de clásicos como Madame Bovary (1857), “ese proceso en el que la constancia y la convicción juegan un papel tan importantes”, puede ser “un magnífico aliciente para un escritor, un antídoto poderoso contra el desaliento”. Entre sus novelas destacan: “El desafío” (1957), “Los jefes” (1959), “La ciudad y los perros” (1962), “La casa verde” (1966), que le valió el premio Rómulo Gallegos; “Los cachorros” (1967), “Conversación en La Catedral” (1969), “Pan taleón y las visitadoras” (1973), “La tía Julia y el escribidor” (1977), “La guerra del fin del mundo” (1981), “La señorita de Tacna” (Teatro, 1981), “Kathie y el hipopótamo” (Teatro, 1983), “Historia de Mayta” (1984), “¿Quién mató a Palomino Molero?” y “Lituma en los Andes” (1993), que le valió el Premio Planeta, “La fiesta del Chivo” (2000), “Travesuras de la niña mala” (2006) y “El sueño del celta” (a publicarse en noviembre). En el rubro de ensayos, tenemos: “García Márquez: historia de un deicidio” (1971), “La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary” (1975), “Entre Sartre y Camus” (1981), “La utopía arcaica”, sobre José María Arguedas (1996), “Cartas a un joven novelista” (1997) y “El lenguaje de la pasión” (2001), entre otros. La obra de Vargas Llosa en todos los campos del ser humano no ha terminado, incluso creemos que seguirá creciendo indefinidamente. Muy bien “peruano Mario”, el Perú te lo agradecerá por siempre.

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